“Ser adulto no es fácil”, dicen muchos; peor aún, hay quien dice: “ser adulto es difícil”.
Cuando somos niños nada nos preocupa, normalmente tenemos un padre y una madre que nos dan todo: “casa, vestido y sustento”. En determinado momento no nos importa si estos son de mucha o poca calidad; sólo nos importa que no nos falten; además nuestros padres o por lo menos mamá nos dice que tenemos que hacer y se encarga de que todas nuestras necesidades estén cubiertas: la comida a tiempo, la ropa limpia, nos indica la hora de dormir, la hora de despertar, de ir a la escuela, de hacer la tarea, de hacer ejercicio y hasta de que ejercicio nos conviene.
Muchas veces no tenemos que preocuparnos ni siquiera por nuestro cabello o si la ropa combina o no, el amigo puede ser de cualquier estatura, color o complexión; lo único que importa es que sea divertido. ¿Tiene dinero, su casa está limpia, su papá tiene un buen trabajo? “¿Eso qué?..., es mi amigo”.
Vamos con la mamá al banco, el papá tiene que trabajar cuando nosotros queremos jugar con él, lo esperamos por la noche y llega con cara rara, se pelea con los otros coches, lo detiene el agente de tránsito y “negocia” con él, mamá no sabe qué hacer de comer; “qué difícil es ser adulto”.
Llegamos a la adolescencia y nuestro entorno es otro, queremos libertad para ir con nuestros amigos al cine pero queremos que nos lleven y nos traigan cómodamente en coche, queremos ropa y el celular de moda, dinero para ir solos al centro comercial, ¡ya no somos chiquitos! Y no queremos que nuestra mamá vaya a la fiesta con nosotros. O sea, queremos todos los derechos pero no las obligaciones.
Ya estamos en prepa, tenemos que decidir de que vamos a vivir en el futuro cuando ni siquiera podemos decidir el corte de pelo, y “es para hoy”… ¡qué miedo!
Ya somos adultos, llegó la realidad, el momento temido: trabajar, casarse, tener hijos, ¡mantenerlos!, ¿viajar?, si se puede, ¿una casa?, si se puede. ¿Y si no…? Seremos fracasados. Cuando adolescentes queríamos cambiar al mundo y nos damos cuenta que tenemos que adaptarnos a ese mundo que odiábamos o mirábamos con desprecio, tenemos que aguantar a un jefe, ganar dinero, ganar dinero, ganar mucho dinero, ganar muchísimo dinero y gastar, gastar, gastar. Y para colmo ahora nos enfermamos y nos preocupamos también por la salud, por vivir para cuidar de nuestros hijos, que nada les falte, de que vamos a vivir en la vejez que está cada vez más cerca.
Pues bien, no tiene que ser así. Dicen que la felicidad la hacemos nosotros día a día y, una vez más, todo está en nuestra familia, si tenemos padres democráticos aprenderemos a vivir cada etapa de nuestras vidas plenamente, a aceptar los tropiezos y a levantarnos más fuertes y al llegar a la vida adulta habiendo pasado por una adolescencia sana sin adicciones, sin pandillerismo, sin embarazos no deseados, sin haber aceptado o haber hecho bullying, comiendo bien, haciendo ejercicio: “las preocupaciones de la edad adulta” pasarán a ser las ocupaciones características de una etapa de nuestra vida y, esperemos, sin quitarnos el sueño.
Nieves Maldonado
No hay comentarios:
Publicar un comentario